Frente a los que consideran que el hombre es constitutivamente falible y que el origen del mal reside en su limitación ontológica intrínseca, se encuentran otros pensadores que hacen radicar el mal, especialmente el mal moral, en el propio hombre en tanto que vive en sociedad y está sometido a unas condiciones políticas y económicas que impiden una vida armoniosa y reconciliada de los hombres entre sí y de los hombres con la naturaleza. Espinosa situaba la raíz de la dependencia y el sufrimiento humano en las supersticiones, basadas en el miedo y forjadas por una imaginación delirante incapaz de interpretar correctamente la Naturaleza. Una superstición coloreada casi siempre de tonos religiosos, utilizada por políticos para conseguir que los hombres combatan por su servidumbre, como si se tratara de su salvación, para mantener a los hombres en un estado perpetuo de temor que facilita su dominación.
Espinosa parte de que cada cosa en sí misma considerada tiene una perfección con los mismos límites que su esencia. En lugar de la concepción clásica que parte de la imperfección radical de los seres finitos y especialmente del hombre.
Dios es causa de las cosas que poseen una esencia y como el mal no la posee, Dios no puede ser causa del mal. Los objetos o las acciones en sí mismos considerados son buenos; el mal se produce al confundir dos objetos cuyas propiedades son antagónicas.
En una concepción ontológica afirmativa como la de Espinosa, el mal se produce como resultado de malos encuentros con elementos que son venenosos para mi constitución y que reducen mi capacidad de acción. La única manera de oponerse a la opresión y la superstición consiste en buscar la unión con los semejantes para dar lugar a un individuo compuesto (multitudo) capaz de oponerse a la opresión y de desarrollar virtudes activas que aumentan mi conocimiento para disipar las nubes de la superstición.
Las aportaciones fundamentales de Espinosa sobre este problema fueron desarrolladas por los materialistas ilustrados del S. XVIII, D’Holbach, Helvétius, La Mettrie, Meslier… Para estos pensadores, sin considerar las diferencias de matiz, los males morales y especialmente la injusticia son hijos de la superstición y la causa de esta última reside en la ignorancia de las leyes de la Naturaleza. Los placeres y las penas vienen de la esencia humana y de la esencia de los cuerpos cuya acción sienten los humanos. La fuente de los males físicos reside en las relaciones con los seres que nos rodean que siguen leyes constantes y la fuente de los males morales reside en la ignorancia, la credulidad, las opiniones falsas, la ceguera y la perversión de nuestros objetivos. Las costumbres y las instituciones depravadas. Son la religión, el gobierno, la educación y los ejemplos quienes empujan al hombre hacia el mal.
Según Holbach el hombre no ha nacido malo, la fuente principal de sus males son las ideas falsas que se hace acerca de la felicidad. La imaginación da origen al mal y la autoridad de las instituciones lo conserva y lo aumenta. Los males físicos y morales que afligen al hombre no se deben a la maldad intrínseca de la Naturaleza, sino a la necesidad con que se relacionan las cosas entre sí. Sólo las ideas verdaderas fundadas sobre el conocimiento adecuado de las leyes naturales podrán remediar los males humanos.
Helvétius considera el hombre como un resultado del orden social, y sus males tienen por causa la ignorancia y el interés y se encuentran vinculados a la corrupción religiosa y política. La precipitación en dotarse de una moral antes de conocer los verdaderos principios del espíritu humano, ha tenido como consecuencia que la moral humana corresponda a la infancia de la raza humana, y posteriormente los fanáticos y los políticos se han opuesto a los progresos de la moral, para esclavizar a los pueblos. Desarrolló un materialismo psicológico y sociológico frente al materialismo naturalista de Holbach.
La identificación de las causas de los males humanos con la religión y el despotismo alcanza su grado máximo en la obra de Meslier. Considera las religiones como errores, ilusiones e imposturas utilizadas por los políticos para imponer su tiranía sobre los hombres. Rechaza las pruebas que demuestran la existencia de Dios y propone un materialismo en el que identifica el ser y la materia y según el cual todas las cosas naturales se forman y se constituyen a sí mismas mediante el movimiento y concurso de las diversas partes de la materia que se juntan y se unen y se modifican diversamente en todos los cuerpos que componen.
La tradición materialista francesa sitúa en la superstición y el despotismo las fuentes de los males morales que aquejan al hombre, pero la meditación más profunda se debió a Rousseau, el cual, en sus Discursos elabora una teoría sobre el origen de los males humanos que los relaciona de forma directa con la sociedad tanto en sus aspectos económicos como políticos. La primera fuente del mal es la desigualdad y trata de averiguar de dónde proviene esa desigualdad. Rechaza toda explicación sobrenatural, la cuestión de los orígenes sólo puede ser abordada mediante el mito y el análisis científico sólo se ejerce sobre estructuras ya formadas y completas. Las conjeturas de Rousseau provienen de una experiencia vivida, de la intuición íntima originaria que constituye la fuente de toda la existencia vivida. El origen de la humanidad y el origen del individuo están en una resonancia peculiar. La filogénesis y la ontogénesis coinciden en su estructura.
La sociedad, el lenguaje, el derecho, el estado, la ciencia, etc., son productos humanos. Por lo mismo el mal tiene un origen humano, social e histórico. El hombre se ha hecho malo, al mismo tiempo que se ha hecho social y ha iniciado su deambular histórico. El pesimismo histórico es compatible con un optimismo antropológico, que posibilita al individuo conservarse bueno, aun en una sociedad mala. El hombre es bueno por naturaleza. El mal no reside en la naturaleza humana sino en las estructuras sociales.
Sociedad, propiedad y desigualdad surgen al tiempo y en ellas pone Rousseau el origen de todos los males humanos. La conclusión de Rousseau es que la desigualdad moral autorizada por el derecho positivo es contrario al derecho natural si no concuerda en igual proporción con la desigualdad física. Precisamente en este reconocimiento de la desigualdad moral en concordancia con la desigualdad natural y la debida al mérito, ve Della Volpe la continuidad entre Rousseau y Marx, los cuales reivindican el derecho de cada individuo a que se reconozca y se potencie su personalidad por parte de una sociedad igualitaria no niveladora.
Para Kant el hombre es malo por naturaleza ya que al lado de una disposición originaria al bien propia de la naturaleza humana, existe una propensión al mal en dicha naturaleza que acaba por imponerse en una lucha recíproca entre ambos principios, habló también de la posibilidad de la victoria del principio del bien mediante la fundación de un reino de Dios en la tierra que origine una comunidad pública moral en forma de Iglesia. Kant sitúa la propensión al mal de la naturaleza humana en la fragilidad humana (debilidad del corazón humano en el cumplimiento de las máximas adoptadas), en la impureza (tendencia a mezclar los móviles inmorales con los morales) y en la maldad (inclinación a adoptar máximas malas)
Que el hombre es malo por naturaleza quiere decir que es consciente de la ley moral y a pesar de ella, ha tomado como máxima suya el apartarse (ocasionalmente) de ella. Que el hombre es bueno significa que está hecho para el bien y que la disposición primitiva del hombre es buena. A pesar de esta falibilidad que le puede hacer alejarse de la ley moral, Kant sitúa el origen de los males humanos en el abuso de la razón. Dada la mezcla de bien y mal que hay en las disposiciones de cada individuo, el progreso moral se refiere, caso de existir, al género humano en su conjunto y no a los individuos. Sitúa en la insociable sociabilidad del ser humano el origen de la perfectibilidad humana. Este principio es la fuente de los bienes y los males, es el medio de que se vale la Naturaleza para obtener el bien de la cultura a partir de los males de la discordia y la lucha. Se ha podido ver en este principio un antecedente de la astucia de la razón hegeliana que obtiene el bien a partir del mal, convirtiendo el momento negativo, el momento dialéctico de la separación y de la escisión, en el motor del progreso que lleva a la reconciliación en el momento especulativo final del proceso.
Tanto en Kant como en Hegel, se puede descubrir cierto teleologismo y optimismo que obtiene el bien a través del mal. Hegel comprende su reflexión sobre la historia como una teodicea a través de la cual el mal en el universo, incluido el mal moral ha de ser comprendido y el espíritu pensante debe reconciliarse con lo negativo. Dicha teodicea consiste en hacer inteligible la presencia del mal frente al poder absoluto de la razón. En esta consideración de la historia los males son reabsorbidos en el proceso, ya que la Razón no puede eternizarse ante las heridas infringidas a los individuos, porque los fines particulares se pierden en el fin universal. La concepción optimista de la historia, a pesar de reconocer el origen social de los males humanos, los considera elementos necesarios para la consecución del bien último y en este sentido se acerca a la concepción falibilista de l ser humano que vimos anteriormente.
La tradición que busca el origen de los males humanos en la sociedad y especialmente en los aspectos económicos de dicha sociedad tiene su culminación en Marx, donde no hay una aséptica descripción de la historia de la Humanidad, sino una crítica despiadada de la misma, denunciando todos los fenómenos de explotación económica y de opresión política.
Ya en sus artículos iniciales denuncia el origen social, económico y político de los males que afligen a los seres humanos, humillados y ofendidos por un naciente orden capitalista que usurpa sus derechos consuetudinarios. Las libertades políticas se ven socavadas y mediatizadas por las desigualdades económicas. Analiza con gran profundidad teórica la alienación universal que supone el capitalismo y la degradación que tanto el capitalista como sobre todo, el obrero padecen en dicho estado. El régimen económico actual perfecciona al obrero y degrada al hombre.
El análisis económico se encuentra acompañado de una crítica moral que sitúa en la desigualdad frente a la propiedad de los medios de producción la fuente de los males morales y físicos de los seres humanos bajo el capitalismo. Las relaciones entre propietarios y obreros quedan reducidas a la relación económica de explotador y explotado, la relación entre el propietario y la propiedad queda convertida en una mera relación impersonal y cosificada. El trabajo bajo el régimen capitalista de producción es trabajo enajenado. La enajenación alcanza a las relaciones del trabajador con el capitalista, de los trabajadores entre sí y de cada uno de ellos consigo mismo. Todos los males tienen su origen en la propiedad privada que separa al productor del producto de su trabajo. Dado que el trabajo es la vida genérica del ser humano, la enajenación del trabajo supone la alienación de la vida como propiedad esencial y genérica del ser humano.
La miseria, el embrutecimiento, la enfermedad, la ignorancia, en una palabra, todos los males morales y físicos, tenían su origen en las injustas condiciones sociales. La creencia de que todos estos males podrían ser superados cuando se eliminara la propiedad privada de los medios de producción fue una ilusión falsada empíricamente con la Revolución de Octubre. Parecía que el mal humano tenía raíces más profundas que la propiedad privada.
Freud en su obra El malestar de la cultura sitúa las raíces de los males humanos a un nivel más profundo que el económico, aunque relacionado aún con la vida del hombre en sociedad. El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo, del mundo exterior y de las relaciones con otros seres humanos. Es éste último el más doloroso. El hombre busca liberarse del sufrimiento mediante distintos medios: la satisfacción ilimitada de todas las necesidades; el aislamiento; la transformación técnica de la naturaleza; la intoxicación; la moderación de las pasiones; las ilusiones, el arte, la cultura, etc., sin olvidar la fuga en la neurosis y la psicosis. Frente a las dos primeras fuentes de sufrimiento, la supremacía de la naturaleza y la caducidad de nuestro propio cuerpo, no nos queda más que reconocerlas e inclinarnos ante lo inevitable.
La conclusión de Freud es pesimista. La necesidad de vivir en sociedad, el hecho de que el hombre es un ser cultural y no sólo natural, exige, de manera ineludible, la renuncia a la satisfacción de los instintos y su sublimación, dando lugar a una inevitable frustración cultural inherente a nuestra vida en sociedad, y que es la causa de la hostilidad que toda cultura afronta por parte de quienes la están sometidos. La cultura necesita para su desarrollo cierta cantidad de energía psíquica que es detraída de la disponible para la satisfacción directa de los instintos, especialmente del instinto sexual, que se ve desviado de sus fines naturales y sublimado en el trabajo y la creación cultural en general. Por otra parte, los instintos agresivos del yo, también se oponen a la vida en sociedad y deben ser controlados para permitir ésta. La sociedad controla al individuo originando en él el sentimiento de culpabilidad, ligado al super-yo, que introyecta la agresividad y la dirige hacia el propio sujeto, a través de la conciencia moral. La relación entre cultura, renuncia a los instintos e infelicidad es afirmada por Freud, que da así una teoría social del origen del mal y el sufrimiento humano.
Marcuse retomando las teorías de Freud y de Marx, analiza la sociedad de consumo de masas contemporánea dominada por la desublimación represiva y la racionalidad tecnológica dominadora. Distingue entre represión fundamental y represión adicional, la primera se mantendrá en toda cultura, la segunda varía según las épocas históricas y puede ser eliminada mediante una estructuración de la sociedad que elimine la necesidad y erotice el trabajo acercándolo al juego. La racionalidad tecnológica actual, si se la desprende de su utilización capitalista, podría permitir unas relaciones sociales reconciliadas y dar lugar a otra técnica y a otra sociedad liberada de la necesidad y de la opresión. La represión sobrante que hay que eliminar en nuestra época, es la asociada con la estructura familiar patriarcal y monogámica, la canalización de la sexualidad hacia la genitalidad y la reproducción y la producida por la división jerárquica del trabajo en un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción. La eliminación de esta represión sobrante, permitiría el surgimiento de la dimensión esotérica del hombre, presente en todas las utopías renacentistas y románticas. Las propuestas de Marcuse que tuvieron gran aceptación en los felices sesenta aparecen hoy más utópicas aún si cabe.
Nietzsche analiza el origen de las principales nociones morales dentro de su teoría general de las valoraciones y sitúa el origen de estos valores no en la utilidad sino en la voluntad de los hombres racionales, poderosos, superiores y generosos, que proclamaban sus propios actos como buenos en contraposición a todo lo plebeyo, bajo y vulgar. Fueron los aristócratas, los que ocupaban los puestos de mando de la sociedad, los que acuñaron la noción de bueno, uniéndola a las de poder, fuerza, voluntad, etc. Nietzsche justifica esta afirmación mediante análisis etimológicos de varias lenguas.
Es la superioridad política la que se traduce en superioridad ética asociando la jerarquía social con la jerarquía moral, en una época en la que la aristocracia no era hereditaria sino que se basaba en las obras de cada uno, en su hacer y no en su ser. Esta primera jerarquía que consideraba lo bueno como lo fuerte, lo activo, sufrió una inversión por parte de los judíos y posteriormente del cristianismo, a la moral de los señores y poderosos se sustituye una moral de esclavos y débiles. No es original, activa, sino que surge como reacción frente a un mundo exterior, antitético, que le proporciona los estímulos para obrar. En lugar de ser una moral activa es una moral reactiva, basada en la debilidad más que en la fuerza y en el resentimiento más que en la grandeza del alma. Es el producto de una vida decadente, que da lugar a la culpa, a la conciencia turbada y a todos los sentimientos que contribuyen a debilitar la confianza del ser humano en sus propias fuerzas y lo induce a buscar apoyo en un más allá, administrado y controlado por las castas sacerdotales, principales beneficiarios y promotores de esta inversión de valores. La noción de deuda y de promesa da origen a la noción de culpa. La culpa y el castigo se desarrollan a la par con el objeto de dominar a la bestia humana demasiado segura de sí misma y de su vitalidad.
Además surge la institución de la ley con sus nociones de justo e injusto que otra vez vuelven a ser imposiciones de los hombres activos. En Nietzsche, como en Freud, la conciencia se origina por introyección de los instintos agresivos que de dirigirse hacia fuera pasan a dirigirse hacia dentro contra el propio sujeto que los tiene. Es la misma actividad la que produce hacia fuera las grandes obras y vuelta hacia el interior da origen a la culpabilidad.
Los análisis de Marx, Freud y Nietzsche se combinan armónicamente en las obras de Deleuze y de Foucault, los cuales analizan el origen de las instituciones y de los malas que se desprenden de ellas, en escritos como El Anti Edipo, donde se estudian las tres grandes máquinas sociales desarrolladas hasta ahora: la máquina territorial primitiva, la máquina despótica bárbara y la máquina capitalista civilizada, con sus distintos mecanismos de producción y de consumo, y sus medios específicos de sujeción de los individuos. Foucault ha explicado como a través del manicomio, la cárcel, la fábrica, el hospital, la escuela, se han establecido los mecanismos de control sobre los hombres que los han creado como sujetos de conocimiento y de acción, y cómo el origen del mal se encuentra en las instituciones sociales que han utilizado diversas técnicas de control, organizadas en sistemas, como el poder disciplinar que surge con el capitalismo, el poder pastoral que tiene su origen en el cristianismo y que cuando surge el capitalismo se imbrica con él.