Strawson: El Empirismo Clásico. Lo Interno y Lo Externo

Publicado: 23 noviembre, 2011 en Filosofía
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Para Strawson la tradición empirista está equivocada. De acuerdo con esa tradición, ha que considerarse que la estructura general de nuestras ideas deriva de una pequeña parte de sí misma, básica y no derivada; dada, y que consiste en la sucesión temporalmente ordenada de estados mentales subjetivos, incluyendo sobre todo las experiencias sensoriales en la mente del sujeto.

Podría hablarse de tres variedades principales de empirismo:

  1. En la primera de ellas, la estructura general de nuestros pensamientos, de nuestras creencias ordinarias sobre el mundo, ha de entenderse como si fuese un tipo de teoría, elaborada sobre la base que forma la sucesión de estados subjetivos; por ello, la estructura demanda justificación racional, más o menos de la forma en que demandan justificación racional las actuales teorías científicas que se ocupan del mundo o de la realidad.
  2. En la segunda, la estructura general de nuestras creencias es considerada no como una teoría que precisa de justificación razonada, sino como una forma de pensar con la cual estamos comprometidos de modo natural. Pero que estemos así requiere una explicación científica, que ha de fraguarse exclusivamente con los materiales básicos. Este es el empirismo de Hume, que se hace más evidente cuando Hume dice que es inútil preguntarse si hay o no cuerpos, puesto que no podemos dejar de creer que los haya; la pregunta oportuna es la de cuál es la causa de que creamos que los haya. La propia respuesta de Hume recurre a los estados subjetivos básicos y a las leyes psicológicas que pueden formularse a partir de éstos.
  3. El tercer tipo de empirismo se caracteriza porque todas las nociones constitutivas de la estructura general de nuestro pensamiento son construcciones lógicas de elementos básicos. Desde un punto de vista ontológico, los únicos elementos cuya existencia estaríamos obligados a admitir serían los elementos básicos, los estados subjetivos mismos.

De los tres empirismos, la tercera variedad, la esencialmente reductiva, es la que más se acerca al atomismo conceptual. Entre las tres concepciones hay algunos elementos que pueden combinarse entre sí para dar lugar a una variedad compuesta que pertenecerá a la misma familia. Ayer tiempo atrás fue partidario de la tercera variedad, y se decantó más tarde por una teoría que mezcla la primera con la segunda. Quizás la más atrevida sea la segunda opción, la de Hume. Pero cualquier filósofo empirista pensará que cualquier de las tres opciones es correcta, y en conjunto agotan las posibilidades.

Este punto de vista, de que se trata de alternativas exhaustivas, podrá decirse que es el rasgo definitorio del empirismo clásico. No ha de confundirse con el principio central del empirismo en general, el cual debería seguir contando con nuestro respeto y en el que Kant insistió de modo decisivo, precisamente por haber liberado al principio de las confusiones y limitaciones del empirismo clásico. Kant, al mismo tiempo que superó estas limitaciones, empaquetó su correcta comprensión del principio en una doctrina, la del idealismo trascendental, que lo transgredía.

Strawson adopta posiciones que constrastan con el empirismo clásico.

  • En primer lugar, su punto de vista es que la justificación de la estructura general de ideas dentro de la que ha trazado algunas de las principales conexiones está fuera de lugar; no hay que justificarla partiendo de la reducida sucesión de estados subjetivos temporalmente ordenada. Al contrario, lo básico es precisamente la estructura general de ideas, el marco general de nuestro pensamiento, el fundamento de nuestra economía intelectual. Toda justificación racional de la teoría de la realidad presupone y descansa en esta estructura general.
  • En segundo lugar, está el tema de la explicación. Una explicación natural como la que Hume se esforzó por dar, de la adquisición por el individuo que madura, del dominio de este marco de nociones, una explicación de la ontogénesis del marco mismo es algo que puede intentar hacerse, y quizás lograr en términos psicofilosóficos. Pero los términos mismos de la explicación pertenencen a ese marco o lo presuponen. Sería difícil encontrar hoy en día un filósofo que apoyara el tercer tipo de empirismo, el de la teoría de las construcciones lógicas o el programa de reducción mediante definición. Las dificultades de la reducción se hicieron insuperables. Y no hablemos ya de que los conceptos de los objetos materiales, los candidatos obvios a la reducción, son ellos mismos indispensables para describir de forma verídica las experiencias sensibles en cuyos términos habían de definirse.

El empirismo clásico de Locke, Berkeley, Hume y sucesores ha tratado de construir o justificar nuestra imagen general del mundo partiendo de la base, demasiado estrecha, formada por la sucesión de estados mentales subjetivos y que incluye sobre todo las impresiones sensibles. Strawson indicó el error de tales intentos.

Hay, sin embargo, otra trayectoria en filosofía que comete casi el error opuesto. Si la primera tradición podría llamarse internalista, su opuesto o complementaria podría denominarse tesis del externalismo. El externalismo considera no problemático el mundo físico público de los cuerpos que se mueven e interaccionan en él, mientras que para él, la vida subjetiva e interna es problemática. Una forma de internalismo es la reduccionista o construccionista: las entidades problemáticas han de reducirse a, o construirse con, las entidades aproblemáticas. Una forma extrema de externalismo sería que las entidades problemáticas y aproblemáticas desempeñen papeles opuestos.

A Strawson el externalismo le parece atractivo, y aporta dos razones:

  1. El pensamiento de que las características, las relaciones y el comportamiento de los cuerpos en el espacio, incluyendo los cuerpos humanos, son o parecen ser, satisfactoriamente definidos y observables; mientras que la vida interior o mental parece ser característicamente elusiva e indefinida, inaccesible a la inspección pública o a la verificación científica. Tratar de llevar a cabo una reducción externalista de la experiencia perceptiva no sólo es un intento intrínsecamente absurdo, sino que se autorrefuta: el intento hace saltar precisamente la base en la que descansa el atractivo del externalismo, es decir, la naturaleza satisfactoria y definidamente observable de la escena pública física.
  2. El impacto del externalismo se siente de forma más inmediata en la filosofía de la mente y de la acción. Pero no se limita a la filosofía de la mente, a no ser que ampliemos de hecho nuestra concepción de ésta hasta incluir en ella, cuando menos, la filosofía del lenguaje, la teoría del significado y la filosofía de la lógica. Existe en filosofía una distinción tradicional que se remonta al menos al siglo XVII. Leibniz la expresó al distinguir entre verdades de razón y de hecho. Otros filósofos han hablado de verdades lógica o semánticamente necesarias, en contraposición a verdades contingentes; o puede que en términos más restringidos, de verdades analíticas y verdades sintéticas. Cuando adoptamos o tratamos de explicar estas distinciones, vemos que es útil usar con entera libertad las nociones de significado, identidad, inclusión o incompatibilidad de los sentidos de las expresiones, de las proposiciones, concebidas de forma abstracta, que expresan las oraciones en uso.

Como usuarios del lenguaje, sabemos lo que decimos y lo que los demás dicen con nuestras palabras, lo suficientemente bien como para apercibirnos de inconsistencias y consecuencias, de necesidades e imposibilidades, que son atribuibles tan sólo a sus significados, a su sentido. Una cierta dosis de mentalismo es tan inevitable en la teoría del signficado como lo es en la teoria de la percepción.

Considera lo aportado como suficiente con lo que respecta a lo que denomina perversiones filosóficas: el empirismo clásico o mentalismo desbridado y el externalismo o fisicalismo desbridado.

Existen dos rasgos generales y fundamentales en nuestros sistemas de ideas: somos seres capaces de acción, agentes, y somos seres sociales, sociedad.

A lo largo del tiempo elaboramos una imagen del mundo según la cual en todo momento ocupamos un punto de vista perceptivo; mundo que se extiende en el espacio más allá de los límites de ese punto de vista y en el que distinguimos, respondiendo a los conceptos de cosas que hagan al caso, seres individuales que ocupan espacio y que tienen, como nosotros historias pasadas y quizás un futuro. Semejante imagen del mundo no se elabora con independencia de las funciones que ejercemos como seres activos.

Considerando la acción, lo que hace que el concepto de acción sea inteligible y lo que pone en relación nuestro papel de seres cognitivos con nuestro papel de agentes es que tenemos actitudes a favor o en contra de estados de cosas que creemos que se dan en el presente o que consideramos posibles o probables en el futuro. En gran medida, nuestras creencias nos importan, como nos importa el que deban ser verdaderas. Nuestras acciones se basan en, o resultan de, la combinación de la creencia y la actitud pertinentes. Nuestras acciones están encaminadas a poner fin o a evitar estados desfavorables de cosas reales ahora o posibles en un futuro; y están encaminadas también a perpetuar o a que lleguen a ser el caso, estados favorables de cosas reales ahora o posibles en un futuro. Esto sería el esquema preliminar de la posición que ocupa el concepto de acción. Pero ofrece resultados inadecuados en varios aspectos:

  • No aclara suficientemente la medida en que nuestros conceptos de cosas que ocupan espacio, y el concepto mismo de nuestra propia posición perceptiva en relación con esas cosas del mundo, se hallan impregandos de las posibilidades de acción que éstas permiten o impiden. Al aprender la naturaleza de las cosas, aprendemos las posibilidades de acción; al aprender las posibilidades de acción, aprendemos la naturaleza de las cosas. Nuestra conciencia de que la situacion admite ciertas posibilidades de acción es precisamente la cara opuesta de la conciencia que tenemos de las limitaciones de esas posibilidades.
  • Hay un vínculo igualmente importante entre el concepto de creencia y el de acción. La acción resulta de una combinación de creencia y deseo, pudiéndose decir, y habiéndose dicho, que su causa es esa combinación. Lo que tenemos aquí no es una relación causal simple entre cosas que, en caso contrario, no se hallarían vinculadas entre sí. Aunque podamos tener a veces razones especiales para matizar nuestro juicio, en general tiene gran peso y valor filosófico este popular epigrama: ver es creer. En la situación perceptiva la noción creencia parece hallarse anegada de un contenido que es ya, podría decirse, rico en experiencia.
  • Una creencia sobre el mundo a menudo llevará consigo una conciencia de formas posibles de actuar, de evitar lo que se desea evitar y de alcanzar los fines que uno persigue. Creer algo, es decir, creerlo realmente es, en parte al menos, hallarse dispuesto a actuar de una forma apropiada, cuando la oportunidad lo permita. Formulación insuficientemente exacta. En los hombres, o de hecho en cualquier ser racional, los tres elementos de la creencia, el valor (o deseo) y la acción intencional pueden distinguirse entre sí; sin embargo, ninguno de ellos puede comprenderse propiamente y ni siquiera se los puede identificar como no sea por relación a los demás.

Considerando el aspecto social, es muy normal en la tradición filosófica pasar por los problemas epistemológicos y ontológicos haciendo abstracción del notable hecho de que el usuario de conceptos desempeña el papel de ser social. Sin embargo, esa forma de proceder es extraña. Porque no se trata de que cada uno de nosotros construya su imagen cognitiva del mundo, adquiera sus cocnceptos, desarrolle sus técnicas y hábitos de acción de forma aislada y, sólo después, como si dijésemos en un cierto momento entre en relación con otros seres humanos y se enfrente a un nuevo conjunto de preguntas y problemas. Todo ese desarrollo cognitivo de los conceptos y comportamientos acontece en un contexto social. La adquisición del lenguaje, sin el cual el pensamiento maduro es inconcebible, depende del contacto y la comunicación interpersonales.

Si nuestro sujeto es un hombre que forma parte de su mundo, parece necesario admitir que este mundo es esencialmetne un mundo social. Llegados a este punto nos encontramos en el umbral de los problemas filosóficos en los que los conceptos de acción y otros relacionados gozan de un protagonismo particular. Strawson se refiere a los problemas de la ética y la filosofía política, de los que no dirá prácticamente nada.

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